El arte contemporáneo tiene un fuerte componente político. Su lenguaje abarca cualquier tema de nuestra sociedad actual. El condicionamiento de la sociedad de un país es el reflejo de su política. Con lo cual, cada vez son más los artistas que alzan su voz para hacerse escuchar en un ámbito político. El centro del arte contemporáneo a nivel mundial sigue siendo Nueva York. Está por encima de Londres por dos obvias razones: el arte contemporáneo americano sigue siendo en su totalidad de mayor calidad que el británico y el primer comprador de arte contemporáneo a nivel mundial sigue siendo con gran diferencia Estados Unidos. A día de hoy, Nueva York es el primer referente de arte contemporáneo a nivel mundial. Desde 1988, y por ocho mandatos consecutivos, Nueva York ha sido un estado demócrata incansablemente.
El mercado del arte neoyorkino apoyó a Hillary. Entre las muchas galeristas mujeres conocidas por ser demócratas como Mary Boone o Marian Goodman, el magnate y galerista Larry Gagosian, organizó una gala en una de sus galerías del barrio de Chelsea con el fin de levantar dinero para su campaña electoral. Entre otras, se subastaron obras de Jeff Koons, Barbara Kruger, Sarah Sze, Chuck Close y Cindy Sherman. Una de las obras más mediáticas fue de Elliott Arkin, que representaba una paleta de puja emulando a las de las casas de subasta con la cara de Trump con la boca abierta y una pelota de goma atada a ella con la idea de que el golpe hiciera que la pelota apuntara a la boca para hacerle callar. Hillary no pudo asistir a la gala, por ello durante el verano en los Hamptons en casa de los coleccionistas, Lisa y Richard Perry, se celebró un cocktail donde ella pudo personalmente agradecer a los artistas su apoyo, reafirmando una vez más la importancia que el arte tiene en la sociedad actual.

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