Con una historia que va desde el siglo XII, pasando por una serie de remodelaciones que datan del siglo XVI y algunos retoques de estilo francés en 1840, hasta la actual reforma de 1998, que apenas tiene veinte años, la bodega Otazu ejemplifica la identidad de la nación japonesa, a la que debe su curioso nombre: la conjunción entre los valores tradicionales y la modernidad más rompedora. A través de la producción de cuatro clases de excelente vino (desde un tempranillo hasta un Chardonnay), una estética impecable en sus instalaciones y una impresionante colección de arte contemporáneo, adivinamos una reflexión profunda en torno al concepto de conjuntar lo de ayer y lo de hoy de una manera armónica casi perfecta, de igual manera que se puede conjuntar el concepto del vino y el arte que se requieren para producirlo con el arte, en un concepto más convencional, y maquinarias históricas que se esconden en los pasillos del actual señorío que conforma la bodega.

Tal vez uno pueda preguntarse, y no sería extraño, ¿qué posible relación tienen una bodega a unos cuantos kilómetros de Pamplona y el arte contemporáneo? La respuesta se puede resumir en una sola palabra: status. La condición de prestigio y la posesión de obras de arte han ido de la mano desde que el arte comenzó a considerarse tal (allá por el siglo XVI) cuando los Medici entre otros mecenas comienzan a coger artistas bajo su ala, no por amor a la expresión artística, sino para promocionar su propio nombre. A lo largo de los siglos esto fue evolucionando de manera cada vez más explosiva, pasando por el concepto de los salones decimonónicos, hasta la actualidad, donde encontramos fuertes colecciones asociadas a grandes nombres, como puede ser la colección Saatchi o la de Aby Rosen, y ahora de manera cada vez más frecuente de importantes instituciones españolas como la Fundación Mapfre, la colección de fotografía contemporánea de la aseguradora DKV , la colección de Cassser, o de importantísimos despachos de abogados como Garrigues o Uria y Menendez. Todo es, a fin de cuentas, una manera de generar una imagen positiva para el público, no podemos olvidar que la imagen publicitaria de esta clase de fenómenos en impagable.

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