Es un hecho innegable, que desde la creación del arte como concepto, aproximadamente a finales del siglo XV, al margen del mecenazgo de la iglesia, los coleccionistas y mecenas privados, han estado unidos a los artistas, sus obras, la colección y comisión de las mismas. Nombres como el de la familia Medicci, que pusieron bajo su ala a Miguel Ángel, son un ejemplo de las grandes figuras impulsoras de las artes de su momento, una costumbre que hoy, cuando estamos inmersos en una de las fases más trepidantes en cuanto a lo que a mercado del arte se refiere, no ha desaparecido, simplemente han cambiado de nombre.

Al igual que existen grandes obras de arte, con precios astronómicos, como la vendida hace apenas un par de semanas de Jean Michel Basquiat por 110 millones de dólares, también existen obras que no pasan por subasta y que han sido adquiridas por los coleccionistas más exquisitos de todas partes del mundo. Keneth Griffin ha adquirido obras como Interchange de Willem de Kooning o nº17 A de Jackson Pollock por 300 millones cada una respectivamente. Magnates como Steven A. Cohen adquirieron obras de grandes figuras del arte moderno como Picasso, por 155 millones, sin discriminar las últimas tendencias del arte contemporáneo de Willem de Kooning en su obra Woman III, por 137 millones de dólares. Aunque ocasionalmente encontramos figuras anónimas que adquieren obras de Andy Warhol con sus Silver Car Crash (105 millones de dólares), o el Retrato de Adele Bloch-Bauer de Gustav Klimt por 87 millones, también encontramos coleccionistas más reconocibles, como puede ser la familia real de Qatar que compró piezas de Munch, una de sus obras más famosas, de título El Grito, Paul Cézanne y sus Jugadores de Cartas, o el famoso Nafea Faa Ipoipo de Paul Gauguin por 119, 250 y 300 millones respectivamente.

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